PHotoEspaña.o9
junio 17, 2009
Hoy me enamoré de una chica.
Nunca me dijo su nombre, pero a mí me gusta llamarla y recordarla como Rapunzel.
Al momento, me llegó la imagen de ella y yo haciendo el amor en el countryside,
donde lo único que podía distraernos era el silencio.
Cultivábamos un huerto en el patio trasero y nos gustaba jugar una partida de naipes cada jueves.
En la buhardilla, y mientras bebíamos whisky escocés, solíamos elaborar teorías existencialistas propias de cualquier revista carente de fondo.
Con una vieja y destartalada caravana, viajamos y vimos mundo.
Un día, alcanzamos la ciudad de Ostrava, un pequeño rincón del noreste de la República Checa.
Ella se quedó prendada de las gentes que por allí merodeaban, y me pidió que nos quedáramos un tiempo.
Un tiempo que se convirtió en un mes, en un año, en cuatro.
Un 23 de marzo hicimos el amor en otra buhardilla. Otra bien distinta.
Tras el clímax, cogí una guitarra e improvisé un par de notas.
Ella se levantó y miró triste por la ventana.
Mi Rapunzel odiaba su existencia.
Y, a mí, con ella.
Poco después volví a la realidad, donde, tonta, caí en que sólo acababa de ver a una chica bonita en una plaza perdida de Madrid.
Ay, estúpidas fantasías.